El poder de mantener la boca cerrada
El escritor Dan Lyons analiza en su ensayo* por qué algunas personas hablan más de la cuenta, incluso cuando saben que lo que están a punto de decir les va a perjudicar. ¿Te suena, verdad? Veamos cómo aprender a dominar el poder del silencio.
Textos: Dan Lyons
«Te lo digo como amigo, así que por favor no te lo tomes a mal, pero quiero que cierres la p boca. No es por mi bien, sino por el tuyo». Así arranca Cállate. El poder de mantener la boca cerrada en un mundo de ruido incesante (Ed. Capitán Swing), un libro en el que el escritor y guionista estadounidense Dan Lyons asegura que los que saben guardar silencio son los que realmente tienen el poder. Y lo demuestra.
«El mundo está lleno de charlatanes, escribe Lyons. Nos los cruzamos constantemente. Son esa plaga de la oficina que nos destroza los lunes relatando cada acto completamente irrelevante de su fin de semana. Es ese imbécil inconsciente que no deja hablar a nadie en una cena, mientras los demás fantasean con echarle cicuta en su copa de pinot noir. Es el vecino que llega sin invitación y se pasa una hora contándote historias que ya has oído, el sabelotodo arrogante que interrumpe a sus colegas en las reuniones o el director general cuyo imprudente tuit hace que le acusen de fraude bursátil».
Menos verborrea
Explica Dan que, tras comprobar que él mismo era un conversador compulsivo y que aquello estaba perjudicando su trabajo y su relación con los demás, decidió poner manos a la obra y desintoxicarse de su verborrea. «El problema no es solo que hablo demasiado, es que nunca he podido resistirme a soltar cosas inapropiadas ni a guardarme mis opiniones».
Para buscar respuestas quiso investigar y descubrió que ya en 1993 dos profesores de Comunicación de la West Virginia University (EE.UU.), James McCroskey y Virginia Richmond, habían encontrado un término para describir su extrema locuacidad: talkaholic. Un trastorno, el de dar la brasa con tu opinión a todo el que se te cruza en la vida, que aquellos expertos calificaban como adicción. Incluso habían creado una escala para identificar a las personas que padecían ese trastorno. Dan hizo el test y ¡eureka!: era ‘narcisista conversacional’ de manual, según el resultado.
Más probabilidades de prosperar
Fue entonces cuando el escritor decidió emprender el camino de la catarsis: abandonó casi por completo las redes sociales, aprendió los trucos para permanecer tan pichi ante los silencios incómodos y desarrolló técnicas para reducir la velocidad de sus palabras. Incluso descubrió a una psicóloga de California que compartió con él las técnicas que enseñaba a los presos para ayudarlos a mantener el pico cerrado durante las audiencias de libertad condicional y no hablar para salir de prisión, «métodos que esperaba me ayudarían a liberarme de mi compulsión».
El resultado fue que su vida empezó a mejorar. «Mi método para aprender a cerrar la boca no es una cura milagrosa, pero os ayudará a ser un poco más felices, a sentirnos más sanos y a lograr un poco más de éxito».
«Mantener la boca cerrada os hará más inteligentes, más simpáticos, más creativos y más poderosos. Las personas que hablan menos tienen más probabilidades de prosperar en el trabajo y de conseguir lo que quieren en las negociaciones. Hablar con intención —es decir, no hablar de más— mejora nuestras relaciones, nos convierte en mejores padres y puede mejorar nuestro bienestar psicológico e incluso físico».
Lyons explica que encontró un estudio del departamento de Psicología de la Universidad de Arizona en 2018 cuyos resultados apuntaban a que el hecho de mantener una conversación de calidad y no trivial está conectado con una mayor sensación de felicidad. «La cantidad y la calidad de la conversación están relacionadas con el bienestar», concluía Matthias Mehl, el profesor de Psicología de la Universidad de Arizona responsable del trabajo.
Hablar con intención (no hablar de más) nos cambia a mejor
Porque mejora nuestras relaciones, nos convierte en mejores padres y puede mejorar nuestro bienestar psicológico e incluso físico.
En su camino para dejar de dar la chapa, Dan encontró que callar también es sinónimo de éxito: «Tuiteamos por tuitear y hablamos por hablar, pero las personas más poderosas del mundo hacen exactamente lo contrario. En lugar de llamar la atención, se reprimen. Cuando hablan, miden lo que dicen». Y pone varios ejemplos, como el del CEO de Apple, Tim Cook, que hace pausas incómodas en sus conversaciones. También habla de Joe Biden, que fue el rey de las meteduras de pata hasta que en 2020 empezó a hablar en voz baja y a dar respuestas breves: «Hacía pausas antes de hablar y daba respuestas aburridas. Ahora es presidente».
CINCO FORMAS DE CALLARSE
● 1. Cuando sea posible, no decir nada. El humorista de principios del siglo XX Will Rogers dijo que nunca hay que perder una buena oportunidad de callarse. Os sorprendería la cantidad de buenas ocasiones que hay. Usad las palabras como si fuesen dinero y gastadlas sabiamente. Hay que ser Harry el Sucio, no Jim Carrey.
● 2. Dominar el poder de las pausas. Imitad el truco de los secretarios judiciales de Ruth Bader Ginsburg (jueza y jurista estadounidense que destacó por su trabajo en la lucha por la igualdad legal de género), que entrenaban para esperar dos segundos antes de hablar. Respirad. Haced una pausa. Dejad que la otra persona procese lo que acabáis de decir. Aprended a manejar el poder de las pausas.
● 3. Dejad las redes sociales. El primo hermano de excederse hablando es excederse tuiteando y es casi imposible no caer en la trampa. Plataformas como Facebook o X (Twitter) están diseñadas para crear adicción. Si no podéis dejarlo del todo, al menos reducidlo.
● 4. Buscad el silencio. El ruido nos enferma. Literalmente. La sobrecarga de información nos lleva a un estado de agitación y sobreestimulación constante, lo que nos provoca problemas de salud e incluso puede acortar nuestra vida. Desconectad. Distanciaos. Pasad tiempo sin vuestro móvil. No habléis, no leáis, no miréis, no escuchéis. Dar un respiro al cerebro puede reactivar la creatividad y volvernos más sanos y productivos. Las investigaciones sugieren que el silencio puede ayudarnos incluso a desarrollar células cerebrales.
● 5. Aprended a escuchar. Saber escuchar se considera una habilidad empresarial tan importante que los directores ejecutivos acuden a sesiones de formación para aprender a conseguirlo. Y no es fácil, porque escuchar requiere un esfuerzo activo y no pasivo. En lugar de limitarse a escuchar a alguien, la escucha activa significa bloquear todo lo demás y prestar una atención brutal a lo que dice la otra persona. Nada hace más feliz a la gente que sentir que la escuchan y la ven de verdad.
Fragmentos de una conversación con Dan Lyons
“Aprender a hablar menos y a escuchar más ha transformado mi relación con mi mujer y mis hijos”
Hablar puede generar una relación de poder importante. Mandar que alguien se calle, tapar hablando más fuerte, repetir lo que dice otra persona para invisibilizarla, explicar… Y en esta relación de poder, el género, evidentemente es algo importantísimo. Sobre esto, Dan Lyons, ha escrito mucho en su libro.
El mundo actualmente premia el hablar y ser locuaz para mantener la atención y a través de seguidores conseguir tu lugar en el mundo. Un mundo de la hiperexposición que nos lleva a un ruido constante. Hablar influye en el poder, potenciándolo, bloqueándolo o capitalizándolo. Y en eso los hombres tenemos mucho que ver.
Lionel Delgado, de El Salto, tuvo la oportunidad de hablar don Dan Lyons sobre género y palabra, profundizando desde la mirada masculina en aquello que abrió Rebecca Solnit en Los hombres me explican cosas (editado también por Capitan Swing en 2016), sobre poder, silencio y habla.
—En tu libro presentas el hablar, no como una realidad inocua e inocente, sino como una acción social con unos impactos importantes en las otras personas. Hablar mucho significa, entre otras cosas, no dejar hablar, silenciar, invisibilizar a otras personas.
Es muy importante el capítulo donde identificas que como regla general somos los hombres los que tendemos a hablar, interrumpir y rellenar más los espacios.
En el capítulo “Mansplaining, manterrupting, and manalogues” muestras muchísimos datos que apuntan al problema de que los hombres generamos entornos conversacionales desiguales: hablas de estudios que demuestran que las mujeres sufren mansplaining hasta seis veces a la semana, de cómo en un experimento la Lingüista Kieran Snyder analizó quince horas de reuniones y contó 314 interrupciones, dos tercios realizadas por hombres, el 70% a mujeres (y del tercio realizadas por mujeres, el 89% era a otra mujer).
¿A qué crees que se debe esta tendencia de género? ¿Crees que interrumpimos por falta de respeto, por creencia de superioridad o existe alguna razón más como la búsqueda de una validación constante?
—¡Es una muy buena pregunta! Creo que en parte sí es por falta de respeto y, en cierto nivel, incluso una forma de opresión. Los hombres queremos silenciar a las mujeres. Fíjate, hay un estudio que demuestra que cuando las chicas de una clase hablaban el 50% del tiempo, se percibía que eran ellas las que dominaban la conversación. Incluso cuando las mujeres hablan menos que los hombres, los hombres dicen que hablan demasiado.
Esto se remonta a la Edad Media e incluso más allá, donde las mujeres eran castigadas por hablar, no sólo por cuánto hablaban, sino por lo que decían. A lo largo de la historia, los hombres hemos silenciado a las mujeres a la fuerza. Y sigue ocurriendo hoy en día. Los hombres no consideran a las mujeres como sus iguales y lo demuestran interrumpiéndolas, sermoneándolas, etcétera.
Sin embargo, hay otro aspecto que me gustaría señalar, y es que los chicos están condicionados a utilizar el habla como una forma de imponerse en un grupo, de establecer un orden jerárquico entre ellos. ¡Mira cualquier podcast de Joe Rogan (es un comentarista, cómico y actor estadounidense. N. del E.) o algún otro en el que hable un grupo de hombres! Los hombres llevan esta forma de hablar a sus interacciones con las mujeres. Pero las mujeres, desde niñas, están condicionadas a utilizar el habla de otra manera.
No obstante, hay margen de cambio, a veces un hombre que habla demasiado en las reuniones o interrumpe a las mujeres puede no ser consciente de ello, y si se lo dices o se lo muestras (con una grabación, por ejemplo) algunos hombres intentarán hacerlo mejor.
—Y no sólo se trata de una cuestión de interrumpir a mujeres. Hablas también de cómo los hombres tendemos a hablar más y durante más tiempo, llegando a hablar los hombres el doble de tiempo que las mujeres según un estudio en la Universidad Rice. ¿Has visto que esto genere también tensiones entre hombres? ¿Pisamos o no dejamos hablar a otros hombres? ¿Qué tipos de hombres tienen más riesgo de sufrir interrupciones? ¿Hay alguna lectura de clase, raza u orientación sexual?
—Desgraciadamente no tengo datos sobre clase, raza u orientación sexual (¡si los consigues, lo hablamos!) pero sospecharía que en algunos casos hay similitud. Los hombres hablan para establecer un “alfa” entre su grupo. Establecen un orden jerárquico y de dominación. No tengo pruebas, pero puede que existan y sería interesante comprobarlas, pero sospecho que el lenguaje y el habla reflejan la dinámica de poder en cualquier situación.
—En tu libro explicas cómo las personas trans pueden aportar interesantes elementos a este tema ya que pueden experimentar personalmente el cambio de posiciones en las conversaciones: pasar a ser interrumpidas constantemente siendo mujeres trans o dejar de ser interrumpidos los hombres trans. ¿Puedes contarnos más sobre esto?
—Me pareció una de las cosas más fascinantes que aprendí mientras investigaba el libro. Una mujer que había dejado de ser hombre descubrió que, como mujer, la trataban con menos respeto que cuando era hombre. Los hombres la interrumpían más, no le dejaban hablar, la respetaban menos y, para colmo, no le subieron el sueldo: está convencida de que ser mujer la perjudicó económicamente. Por el contrario, un hombre trans que conocí experimentó lo contrario: le trataban mucho mejor como hombre que como mujer. Su investigación era más respetada, recibía una gran acogida cuando leía ponencias en congresos académicos… su carrera despegó.
Curiosamente, estas dos personas se conocían, por lo que pudieron ver este contraste muy claramente. ¿Qué dice esto sobre el habla y el género? Indica que la forma en que interactuamos no depende tanto de la persona individual como de su rol de género. Y esto apoya la tesis de que los hombres utilizan el habla como una forma de controlar a las mujeres silenciando sus voces.
—Es muy interesante cómo abordas la compulsión por hablar con la emergencia de la sociedad mediática y veas en el formato de las redes sociales (y la ansiedad que generan) como un factor muy importante para entender por qué no paramos de hablar. ¿Crees que tiene que ver este factor mediático también en que seamos los hombres los que hablamos más? Analizando la Manosfera y los espacios digitales masculinos (especialmente los que tienen un contenido antifeminista y outsider) veo cómo son muy comunes los perfiles de divulgadores compulsivos: hombres que se hacen famosos por recomendar ejercicios o jugar a videojuegos online luego terminan dando su opinión (muy poco construida) sobre política, economía o cultura. ¿Cuán peligrosa es la mezcla de los ego talkers masculinos y los espacios digitales de radicalización de la alt-right?
—No he pasado mucho tiempo en esos espacios, así que no puedo opinar con certeza, pero sí he visto lo que está pasando en Twitter (ahora X) desde que Elon Musk tomó el timón. Y la cosa es que se están diciendo (o tuiteando) muchas cosas terribles, y casi siempre son hombres los que dicen estas cosas. Creo que esto podría ser más un reflejo de un problema más amplio en la sociedad, con hombres jóvenes alienados, enfadados, sexistas, racistas, misóginos, antisemitas, etcétera. Las redes sociales crean un lugar o una plataforma en la que estas personas pueden expresar su ira y su odio, incluido el odio a las mujeres.
Tenemos que recordar que las redes sociales desempeñan dos papeles. Primero, agitan y enfadan a la gente, y lo hacen a propósito. Hay intereses económicos, políticos y empresariales de fondo. Las redes sociales no dejan de ser empresas. Y, segundo, las redes sociales proporcionan un foro en el que la ira puede expresarse y propagarse. Son a la vez, el fuego y la gasolina. Es increíblemente peligroso.
—Una de las partes que más me gustaron del libro es cómo medio libro está planteado como una forma de poder construir nuevos valores que permitan posicionarte de otra forma en la vida (en tu casa, en tu trabajo, grupo de amigos, pareja, etc.). Hablas de escuchar activamente y de cultivar la humildad. ¿Hay otros valores que hayas aprendido con el ejercicio del callarte? ¿Crees que como hombre, el cambio en tu hábito de comunicación ha hecho que cambiaras elementos de tu forma de entender la masculinidad?
—Esta pregunta también es buenísima. Hace poco mantuve un debate con Kara Swisher y Scott Galloway, que tienen un gran podcast con una gran audiencia. Scott dijo (y yo estuve de acuerdo) que el silencio no es un signo de debilidad sino que, de hecho, es “el alardeo máximo”, algo con mucho valor y de lo que la gente presume. Hablamos de Tim Cook, el CEO de Apple, que es famoso por ser muy callado y un gran oyente, pero también un líder extremadamente poderoso y eficaz. Así que, aunque los niños y los hombres están condicionados a hablar más que los demás para afirmar su dominio y masculinidad, en realidad la mejor masculinidad se da siendo callado, humilde, dispuesto a escuchar y aprender, capaz de recabar información y ayudar a los demás.
Puedo decir que aprender a hablar menos y a escuchar más ha transformado mi relación con mi mujer y mis hijos. Me ha convertido en un padre mucho mejor. Me he convencido del valor de ser un padre tranquilo.