¿Por qué los hombres no tienen suficiente sexo y las mujeres no tienen suficiente amor?

¿Quién no quiere encontrar y conservar una relación amorosa cálida, rica y plena, y gozar de una vida sexual en pareja placentera? Si todos tenemos las mismas intenciones y esperanzas, ¿por qué el amor disminuye con tanta facilidad? ¿Por qué las relaciones sexuales se vuelven rutinarias y pierden interés?

Antes de la llegada y popularización de conceptos como «poliamor», «identidad sexual», «sexo recreativo» «masculinización femenina», «violencia de género», «sexualidad tántrica» o «intercambio de parejas» escribiríamos un artículo como el que presentamos este mes. Esperamos abrir pronto un debate sobre esas cuestiones, reveladoras del cambio social que nos toca vivir.

Textos: Blanca Herp, con informaciones de Sílvia Senz.

En general, las relaciones no se deterioran por conflictos importantes: por sorprendente que resulte, éstos a menudo se encaran de forma constructiva. La realidad es que el amor no depende del destino, sino de la psicología particular, la forma de entender a una persona en situaciones determinadas. La pareja tradicional se ha venido rigiendo según dos modelos ancestrales: el varón debe ser fuerte y activo; la mujer, dulce y pasiva, conectada con sentimientos de unión y del cuidado de los niños y los ancianos. Por suerte, hoy las relaciones entre hombres y mujeres se hallan en un período de transición. Las mujeres tienen acceso al mundo exterior (hasta no hace mucho coto privado de los hombres) y los hombres pueden tomarse un respiro, bajar la guardia y atreverse a explorar el mundo interior de las emociones, sin temor a ser tildados de «mujercitas».

Sexo masculino y amor femenino

Tradicionalmente se considera que las mujeres se sumergen en el amor de buena gana, mientras que los hombres son más ambivalentes (pueden tomarlo o dejarlo); que los hombres son menos capaces de tolerar la intimidad emocional y se sienten menos cómodos con ella, mientras que a las mujeres les resulta fácil expresar plenamente su amor; que los hombres son románticos sólo mientras tratan de conquistar, y que sus gestos amorosos no son más que trucos que olvidan en cuanto se sienten seguros del amor de una mujer; que las mujeres usan el sexo para atraer a los hombres y atraparlos en un vínculo estable antes de apagarse sexualmente.

El hecho es que todas estas creencias contienen ciertos elementos de verdad. Son los ingredientes que componen la antiquísima tensión y la llamada «guerra de sexos» entre hombres y mujeres, que en realidad es solo incomprensión.

Las funciones

Tal vez el conflicto básico entre los sexos se origine en que ambos tienen maneras muy distintas de enfocar la intimidad emocional. Para entender mejor estas diferencias conviene repasar cómo es el comportamiento de hombres y mujeres y averiguar quiénes son, cómo y por qué llegaron a ser lo que son, y por qué están cambiando.

Espíritu guerrero versus espíritu sustentador

Tanto los niños como las niñas nacen con una energía básica que les permite entender el medio, explorarlo y forjar cosas y situaciones según su voluntad. Sin embargo, la mayoría de los hombres usa esa energía de una forma diferente a la de la mayoría de las mujeres. Parte de esta diferencia puede ser algo innato en los niños. En nuestra sociedad ese espíritu guerrero del niño se canaliza en hacer de él un líder exitoso y competitivo, un trabajador eficiente, un ser dominante que reprime sus emociones y, si es necesario, un guerrero (literalmente) capaz de combatir.

En cambio, la energía básica de la mujer se canaliza en general a través del espíritu sustentador, capacidad aprendida también para lograr su propia supervivencia. Tradicionalmente, las mujeres han sustentado no sólo a sus hijos, sino también a sus hombres, a otros miembros de la familia, a los amigos, los animales, los cultivos y a la humanidad en general.

En tiempos pretéritos, la mujer necesitaba un hombre cazador y protector que la ayudara a sobrevivir; que fuera «bueno» con los niños; y que fuera capaz de brindarle placer sexual. Los hombres que cumplían estos requisitos tenían, al igual que hoy, una mayor demanda que los que no los cumplían. Y para asegurarse a uno de estos hombres, la capacidad de sustentación y el amor de una mujer se convirtieron en un poderoso encanto.

De dónde venimos

Una mirada al pasado de la humanidad muestra un panorama de las relaciones entre sexos muy distinto al actual: sugiere que la naturaleza básica del varón es potencialmente mucho más pacífica, más íntima y más inclinada a armonizar con la naturaleza femenina que la conducta esterotipada de macho duro y dominante que sigue prevaleciendo. El célebre antropólogo Richard Leakey defiende que el hombre neolítico no era violento ni esclavizaba a la mujer. El etólogo Robin Fox en Sexual Selection and the Descent of Man describe a estos hombres como «controlados, astutos, cooperativos, atractivos a las damas, buenos con los niños, relajados, fuertes, elocuentes, habilidosos y diestros para la defensa y la caza».

Cuando los seres humanos aprendieron a cultivar y a cosechar se establecieron en las tierras más fértiles, junto a los lagos y los ríos. Durante al menos mil años vivieron en relativa paz y prosperidad hasta que descubrieron que, a diferencia de su antigua forma de vida nómada, el cultivo y los excedentes resultantes creaban un nuevo tipo de conducta humana: la codicia, el saqueo y la violencia organizada a gran escala. Este hecho cambió la relación del hombre consigo mismo y con sus emociones, en particular con las manifestaciones de ternura.

Una vez que la fuerza masculina se convirtió en el foco de todo poder e importancia se hizo imprescindible reducir el poder que las mujeres habían mantenido hasta entonces. Ellas estaban obligadas a comprar protección con fidelidad y castidad. Y así como el nuevo orden social forzaba a los hombres a anestesiar sus emociones para prepararse para el combate, esta esclavitud obligó a la mujer a anestesiar sus deseos eróticos para que su sexualidad se brindara o se reservara no de acuerdo con sus deseos, sino con los de su señor.

La mujer no dice que no al sexo porque no le guste o porque no tenga el potencial de excitarse y disfrutar. De hecho, en el nivel biológico, las hembras humanas son únicas en todo el reino animal: no están sujetas a períodos de celo y pueden tener relaciones sexuales en cualquier momento, incluso durante el embarazo. Algunas mujeres incluso pueden experimentar múltiples orgasmos. Pero la negación de la sexualidad femenina impuesta por el dominio masculino se ha visto agravada por la dificultad de establecer un vínculo afectivo profundo con un hombre entrenado en la represión de sus emociones.

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