Neurociencia del cuerpo

La tarea de Nazareth Castellanos, neurocientífica

La neurociencia vive hoy inmersa en una revolución con fuertes implicaciones clínicas, sociales y personales. El redescubrimiento de la influencia de los órganos del cuerpo sobre el cerebro nos traslada a una nueva visión sobre lo que percibimos.

La física y doctora en neurociencia Nazareth Castellanos, explica en su reciente libro de qué manera el organismo esculpe nuestro cerebro y cómo esta relación nos permite entender la salud desde una perspectiva integral.

Selección y presentación: Blanca Herp y Redacción de Integral*.

«El psicólogo del futuro será el que te pregunte por tu dieta y qué ejercicio haces». Nazareth Castellanos es física teórica y doctora en Neurociencias por la Universidad Autónoma de Madrid. Estudia el vínculo que existe entre el cuerpo y el cerebro, así como los mecanismos neuronales implicados en la práctica de la meditación. Desde hace varios años dirige la investigación del laboratorio Nirakara y la Cátedra Extraordinaria de Mindfulness y Ciencias Cognitivas de la Universidad Complutense de Madrid.

En su último libro, Neurociencia del cuerpo, esta prestigiosa científica nos acompaña en un viaje a través del cuerpo para descubrir su impacto sobre las neuronas. Este recorrido nos lleva a reconocer que la memoria, la atención, el estado de ánimo o las emociones dependen de cuestiones como la postura corporal y los gestos faciales, la microbiota intestinal y el estómago, así como el complejo patrón de latidos cardíacos y la manera como respiramos.

En él refleja el resultado de once años investigando cómo el organismo esculpe y da forma a nuestro cerebro. Su mérito es enorme, porque ella se empeñó en investigar algo en lo que la ciencia no estaba de acuerdo. Eso le obligó a bucear en otras disciplinas, como la meditación y la medicina oriental, «para ver qué decían y meterlo a cucharadas en el mundo científico».

En estos tiempos en los que la salud mental se ha convertido en uno de los principales motivos de consulta médica; en los que los expertos pronostican que los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo en estos próximos años, es imprescindible valorar todos los recursos que tenemos disponibles para tener un cerebro sano. Tumbarse en el diván ya no será la única manera de cuidar nuestra salud mental. Como dice Antonio Damasio, “aquel que quiera considerar la psicología sin considerar al cuerpo, perdido va”.

—Una de sus líneas de investigación ha sido la regulación emocional. En varias ocasiones, ha hablado de cómo los sentimientos se van formando. ¿Nuestro lenguaje corporal puede darnos pistas de lo que sentimos de manera anticipada?

—Sí, desde hace relativamente poco hemos vuelto a una postura en la que se reconoce la importancia que tiene el cuerpo en las emociones. Antes siempre las vivíamos desde un punto de vista muy mental, muy pensado y analizado. Pero ahora, y gracias también a la neurociencia, lo que vemos es que antes de que se exprese una emoción, el cuerpo ya responde ante lo que por dentro se está preparando. Es más, se dice que el cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta. Cuando experimentamos cualquier tipo de emoción, aunque sea muy ligera, hay cambios en los órganos, también en las sensaciones que tenemos de nuestra piel o en la postura que adquirimos.

Al no estar acostumbrados a percibir nuestro cuerpo, esas señales pasan desapercibidas. En cambio, cuando desarrollamos la conciencia corporal y aprendemos a escuchar esas pequeñas sutilezas, nos da muchas pistas de cómo estamos y nos ayuda a discernir una emoción de otra. Por ejemplo, hay un estudio que muestra que las personas que tienen mayor consciencia corporal toman mejores decisiones.

—También sostiene que las personas somos un todo, lo que incluye que nuestros órganos estén, de alguna forma, conectados. ¿El cerebro conversa con el corazón? Siempre ha existido la dicotomía entre ambos.

—Siempre se ha dicho que hay una guerra entre el corazón y el cerebro, pero ahora se ve que existe un equilibrio entre ambos. Yo siempre digo que sigas a tu corazón, si sabe a dónde ir. Que no es siempre.

—De hecho, la variabilidad cardíaca tiene importancia en nuestro cerebro, ¿no?

—Sí. Nosotros percibimos los latidos del corazón. Por ejemplo, si ponemos la mano en la muñeca al correr, podemos ver cuántos tenemos por minuto. Pero lo importante, a nivel psicológico, no es tanto la cantidad de latidos o frecuencia, sino la variabilidad con la que el corazón late. Se trata de que sea flexible, que a veces se adelante, o se retrase un poquito. Que tenga más complejidad. De hecho, la variabilidad de la frecuencia cardíaca está muy relacionada con la inteligencia, con la memoria, con la afluencia verbal y con la atención. En general, cuanto mayor es ésta, más capacidades tenemos, tanto cognitivas como emocionales.

Y es bonito que una de las formas que se ha visto que tenemos de aumentarla es estando alegres. La alegría no aumenta la frecuencia cardíaca, pero incrementa su variabilidad. Es decir, lo hace bailar con más ritmo. Y al contrario, cuando estamos disgustados o estresados, esta variable baja. El corazón responde a la alegría.

—Otro de los idilios corporales que mantiene el cerebro es con el intestino, ahora se dice que es el segundo cerebro. ¿Existe esta comunicación?

—Yo creo que eso sigue siendo cerebrocentrismo, porque el cerebro es lo que es, y el resto de órganos también forman parte de todo el sistema mental. Aunque en referencia a lo que me comentas, sí existe. Es más, tiene un impacto tremendo, pese a que el órgano que más influye en el cerebro es el corazón. El intestino influye, por ejemplo, en los procesos de aprendizaje. Todos los microorganismos que viven dentro de nuestro intestino juegan un papel en los factores de crecimiento neuronal. Por eso, es súper importante que en la infancia, especialmente, la dieta sea sana, porque el desarrollo de la microbiota intestinal en los niños va a influir en su desarrollo, y no sólo en el aprendizaje o inteligencia, sino también en la gestión de sus emociones.

—¿Qué mejora más el cerebro: el ejercicio físico, o el mental?

—El físico. Es más, entre los investigadores siempre hacemos la broma de que estamos todo el día estudiando cuando deberíamos estar moviéndonos. En realidad, el ejercicio físico cambia todo el cuerpo.

En una investigación, comparamos a personas sedentarias con activas, y por ejemplo, vimos que su microbiota cambiaba. A nivel cerebral, hacer ejercicio de manera regular (entre 120 y 150 minutos a la semana) disminuye la probabilidad de padecer depresión, ansiedad, produce cambios en diferentes áreas y se favorece la neurogénesis del hipocampo.

Esto es muy importante, ya que esta zona es muy relevante para la memoria y el aprendizaje, por lo que el ejercicio físico se convierte en un componente indispensable para la medicina preventiva.

NEUROCIENCIA DEL CUERPO: EL LIBRO

Presentamos un brevísimo fragmento de este magnífico libro; corresponde al capítulo 2 y en él comenzamos a descubrir cómo el cuerpo da forma a las andanzas de nuestro cerebro. Y cómo nuestros cinco sentidos son, en realidad, siete.

Incorporar el cuerpo

Durante un año, en el laboratorio de Neurociencia Cognitiva y Computacional de la Universidad Complutense de Madrid medimos la actividad magnética del cerebro en un grupo de participantes. Como en cada laboratorio de neuroimagen del mundo, lo primero que debe hacerse es medir la actividad basal del cerebro.

¿Qué hace el cerebro cuando no estamos desarrollando una actividad en concreto? Para ello, los voluntarios se introducen en la máquina y solo deben seguir una instrucción: no hagas nada. En cinco o diez minutos se mide la actividad espontánea del cerebro. Vertiginosa.

La investigación ha desvelado que realizar una tarea, pensar en la lista de la compra, recordar un viaje, o pensar en mi hermana, solo supone un incremento del consumo energético del cerebro de menos del 5% respecto a cuando nuestro cerebro navega a la deriva. Una gran parte del consumo hemodinámico del cerebro, entre el 60 y el 80% de toda la energía que utiliza, se invierte en recursos neuronales sin relación a lo que acontece en el exterior.

Su descubridor, Marcus Raichle, reconoció que «en concesión a nuestros colegas astrónomos, decidimos llamar a esta actividad intrínseca la energía oscura del cerebro, una expresión que remite a la energía invisible, que representa la masa de la mayor parte del universo». Así es, cada mañana en los experimentos medíamos la desenfrenada energía oscura del cerebro de nuestros participantes.

La vieja visión robótica

El asombro de la comunidad científica se debía a que su paradigma se basaba en una teoría concebida por Descartes: el cerebro es un sistema de respuestas al mundo. Si no tiene una función se apaga. Esa visión robótica del ser humano soslayaba el mundo interno, la naturaleza emergente e involuntaria de la mente y contrastaba con la visión budista que asemeja la mente, a una jaula de monos, o la teresiana que la definía como la loca de la casa.

Años después, Raichel tuvo que reconocer que el cerebro posee su «vida privada», o que la mente tiene también un carácter involuntario que despliega ante nosotros estados que no han sido voluntariamente evocados. No se podría eludir el debate de la libertad, que algunos científicos tacharon de ilusión. Todos hemos tenido la experiencia de ser presos de un diálogo interior que no cesa, o un pensamiento recurrente del que es difícil escapar.

Nuestra voluntad es cesarlo, pero no siempre la voluntad gana la batalla. Los intentos por catalogar esta frenética actividad llevaron al diseño de modelos matemáticos que, en vano, concluían que la actividad era azarosa. No se encontró ningún patrón que explicase cómo se regulaba dicha actividad. El error fue intentar entender el cerebro considerando solo el cerebro.

Asumir que el organismo podría estar, en parte, orquestando aquella actividad intrínseca arrojó luz. Hoy en día, la energía oscura no es tan invisible, se manifiesta como intestino, estómago, pulmones y corazón. Poco a poco se irán incorporando más vísceras al mapa de la mente.

¿Qué es la interocepción?

En su último libro, Antonio Damasio, el investigador que determina con más firmeza el rumbo de la neurociencia, afirma que: «Cualquier teoría que deje de lado el sistema nervioso a la hora de explicar la existencia de la mente y la consciencia está destinada al fracaso.

Pero cualquier teoría que se base exclusivamente en el sistema nervioso para explicar la mente y la consciencia también está destinada al fracaso. Lo que el cuerpo aporta al sistema nervioso es su inteligencia biológica primigenia, la capacidad implícita que gobierna la vida en función de las demandas homeostáticas y que, al final, acaba expresándose en forma de sentimiento».

Desde que en el año 1929 Walter Canon, profesor de Fisiología de la Facultad de Medicina de Harvard, publicase un célebre artículo donde resaltaba la capacidad de los seres vivos para mantener su equilibrio interno, la homeostasis ha sido central en el estudio de la biología. La homeostasis es un malabarismo del organismo para recuperar el equilibrio ante un mundo de extraordinaria incertidumbre.

Lo que no podría imaginar Canon es que Damasio la endiosara hasta equipararla a la consciencia. Aunque ya en los años ochenta la psiquiatría biológica comenzó a reportar relaciones entre los trastornos mentales y la activación corporal, estas investigaciones se frenaron bruscamente dada la dificultad para caracterizar de manera científica las vías de comunicación entre las vísceras y el cerebro.

Hoy, por suerte, se recobra el interés. En el año 2016, el Laureate lnstitute for Brain Research organizó el primer congreso que reunía a expertos de todo el mundo para acelerar la comprensión de la interocepción, la percepción del propio organismo.

¿Cinco sentidos o siete sentidos?

Los niños de los últimos dos siglos hemos estudiado en la escuela que tenemos cinco sentidos. Los conocidos como exterocepción: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Las nuevas generaciones deberán incluir dos más. Tenemos siete sentidos: la interocepción, la propiocepción y los cinco sentidos exteroceptivos.

  • La interocepción puede definirse como el proceso por el cual el sistema nervioso detecta, interpreta e integra las señales que se originan en el organismo con el fin de generar un mapa interno constante y dinámico, consciente e inconsciente, que no es exclusivo del ser humano. Los animales también lo tienen.
  • La viscerocepción incluye la información que llega desde el corazón, los pulmones, el estómago, el intestino, la vejiga, la piel y el músculo esquelético.

Para poder definir el mapa interno de la interocepción, el sistema nervioso debe sentir, interpretar e integrar la información que le llega del organismo, instante a instante.

La interocepción sigue una meticulosa y entrelazada secuencia. Primero, el cerebro debe detectar la actividad del organismo, para lo que se vale principalmente de la información que le traslada el nervio vago. Una vez recibida, la información visceral es clasificada con fina precisión antes de ser procesada y finalmente distribuida por el cerebro.

Una disfunción en la interocepción puede conllevar problemas de salud general y mental, como ansiedad, bajo estado de ánimo, trastornos adictivos y somáticos. Sin embargo, dada la complejidad en la secuencia de la interocepción es difícil identificar qué paso puede ser responsable de las alteraciones de la salud mental o física. Este mapa interno señaliza los reflejos, impulsos, sentimientos. respuestas adaptativas, experiencias cognitivas y emocionales, contribuye a la homeostasis, la regulación corporal y la supervivencia.

El organismo es una orquesta a diferentes tiempos. El corazón late aproximadamente setenta veces por minuto, la respiración unas quince, el estómago unas tres ocasiones al minuto y la vejiga una vez cada diez horas. A pesar de tan drástica diferencia, el cerebro integra toda esa información en un mismo circuito neuronal que incluye áreas como la ínsula, las cortezas somatosensoriales, el cíngulo, la amígdala, el tálamo y el tronco encefálico, que componen la red cerebral de la interocepción.

Sarah Garfinkel de la Universidad de Sussex y una de las mayores exponentes del campo lo resume así: «La interocepción puede mejorar la profundidad de nuestras propias emociones, vincularnos emocionalmente con quienes nos rodean y guiar nuestros instintos intuitivos. Ahora estamos aprendiendo en qué medida la forma en que pensamos y sentimos está determinada por esta interacción dinámica entre el cuerpo y el cerebro».

Propiocepción

«Sentí como el tacto de aquella mano se extendía por todo mi ser. Nadie en el mundo sabe lo que el simple contacto de una mano —una mano amada, naturalmente— puede proporcionar. El mundo entero puede estar en una mano: la historia, el universo, la locura, la razón». Pablo d’Ors, en su novela Entusiasmo, nos conduce hacia el misterio de las sensaciones corporales: el sistema somatosensorial. Este sistema se ocupa del tacto y de la posición del cuerpo, llamada propiocepción.

Los receptores sensoriales están situados en la piel, el músculo esquelético, los huesos y las articulaciones para informar al cerebro de las sensaciones y la postura corporal. Los receptores cinestésicos informan del movimiento de las articulaciones. No nos hace falta mirar los brazos para saber si los tenemos extendidos o si están quietos.

Movimiento, sensaciones y posición corporal están fuertemente relacionados. Al igual que la interocepción, no es una información que el cerebro conozca para estar al corriente del cuerpo. Ambos son sentidos, es decir, el cerebro requiere de ellos para poder coordinar su actividad. El organismo, las sensaciones que recibimos del cuerpo y nuestra postura influyen radicalmente en el cerebro. «He llegado a la conclusión de que si las cicatrices enseñan, las caricias también», dice Mario Benedetti.

* Con informaciones de Lucía Cancela (‘La voz de la salud’), Gaspar Hernández, Aldara Martitegui y Darío Pescador. Agradecimientos: Editorial Kairós.

Más de Nazareth Castellanos:

El espejo del cerebro. Ed. La Huerta Grande.

Alicia y el cerebro maravilloso (cuento para niños). Ed. Beascoa.

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