Los diez bueyes

Los diversos pasos del Zen que conducen hacia la iluminación fueron representados en unos dibujos del siglo XII por el maestro chino Kakuán. Son diez cuadros en los cuales un campesino busca su buey, basados en anteriores cuentos taoístas. Su versión fue Zen pura, yendo más allá de anteriores versiones que se quedaban en el vacío del dibujo 8 y añadió comentarios en verso.

Estos dibujos fueron una fuente constante de inspiración para los estudiantes de todas las épocas y con el paso de los siglos se han realizado bastantes ilustraciones de los bueyes de Kakuán.

Los dibujos que reproducimos aquí son versiones modernas del pintor Tomikichiro Tokuriki, descendiente de una larga familia de artistas. Sus imágenes son quizá tan encantadoras, directas y eternas como las originales.

En el primer estadio del camino Zen hacia la iluminación (o autorrealización), ésta no se alcanza; no se sabe ni siquiera en qué consiste. Todas las representaciones que se elaboran sobre ella son falsas e impiden que se alcancen. En el segundo estadio no se alcanza tampoco, pero se llega, por así decirlo, a descubrir sus huellas. En el primer cuadro se ve al campesino buscar aquí y allá sin ningún orden. En el segundo cuadro el campesino descubre, feliz, las huellas del buey.

En el tercer cuadro vemos al mismo buey, es decir, el campesino llega a mirar su propio yo. Esto es, por supuesto, la visión del Ser, la verdadera iluminación, pero se equivocaría uno mucho si creyera que ha llegado a la meta.

Por, ello, en el cuarto cuadro el campesino toma las riendas –lo que ha costado mucho esfuerzo–, pero el animal es recalcitrante y no le sigue. Esto significa que en la persona, incluso después de la visión del Ser, no se han extinguido todos los impulsos desordenados; éste no tiene todavía al yo correctamente en su poder. El espíritu no es aún libre.

En el quinto cuadro se ve al campesino dirigir el buey con las riendas. Lo domina de tal manera que el buey se deja conducir. Lentamente la persona se hace dueña de si misma. Pero ello le cuesta trabajo todavía.

El sexto cuadro muestra cómo el campesino cabalga sobre el buey y toca complacido su flauta. Ahora lo ha conseguido, no necesita esforzarse más. El hombre ha llegado entonces a ser verdaderamente un iluminado. Pero la cosa no termina ahí.

En el séptimo cuadro no se ve más al buey. El campesino está solo, sentado totalmente contento frente a su casa. La persona no sólo ha llegado a unirse con su Ser, sino a identificarse con él. El lugar de las fatigas anteriores lo ocupan ahora una paz total y despreocupación.

En el octavo cuadro no se ve ni al buey ni al campesino. Se observa solamente un círculo sin nada dentro. Esto significa que han sido suprimidos todos los contrastes. La persona no está ya más en disposición de decirse: «ahora tengo la iluminación», pues ya no depende más de ella. Contrastes como iluminación y no-iluminación no existen para él, todo ha llegado a ser uno.

Los dos últimos cuadros representan la repercusión completa de la iluminación.

En el noveno cuadro se ven flores en un paisaje. Esto significa que fuera del iluminado nada ha cambiado. El monte donde capturó al buey con tanta fatiga está igual que antes. Sólo se ha transformado la misma persona; ahora mira todas las cosas con ojos distintos. Todo está en paz. Todo aquello de lo que debió liberarse con fatiga regresa transfigurado hacia él.

En el décimo cuadro vemos al campesino ir a la ciudad. De paso habla con él un hombre que lleva una botella de vino de arroz y una canasta de pescado. Esto significa que el iluminado se dirige hacia las personas para ayudarlas… un oficio tan ordinario como el de comerciante de vino de arroz no está excluido de la iluminación. El iluminado pone entonces su fuerza al servicio del prójimo.

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