La última flor

Este pequeño cuento o parábola en imágenes fue escrito y dibujado por James Thurber y se publicó en 1939, unos meses después del final de la Segunda Guerra Mundial.

Su vigencia se mantiene de forma elocuente con el paso de los años; en el mundo siguen existiendo humanos que exhiben sus miedos y su ignorancia jugando a matar como niños pequeños. En su época fue valorada por el New York Times como una de las obras más serias sobre la guerra que existen. En Francia, Albert Camus, que trabajó en la traducción, la valoraba como un complemento de su filosofía.

La Doceava Guerra Mundial, como todos saben,
trajo el hundimiento de la civilización.
Ciudades, pueblos y paisajes desaparecieron de la faz de la Tierra.
Hombres, mujeres y niños se situaron debajo de las especies más bajas.
Libros, pinturas y música desaparecieron, y las personas sólo sabían sentarse en círculo, inactivas.
Los chicos y las chicas crecieron mirándose estúpidamente extrañados: El amor había desaparecido de la tierra.
Un día, una chica que nunca había visto una flor, comprendió que estaba viendo la última flora nacida en este mundo.
Y corrió a decir a las demás personas que la última flor estaba muriendo.
El único que le hizo caso fue un chico que ella encontró casualmente.
Él y ella decidieron cuidar juntos de la flor. Y ésta comenzó a revivir.
Un día, una abeja fue a visitar a la flor. Después acudió un colibrí.
Muy pronto hubo ya dos flores: después cuatro, y finalmente un gran número de ellas.
Bosques y selvas reverdecieron.
La chica comenzó a preocuparse de su aspecto.
El chico descubrió que era placentero acariciarla.
El amor había vuelto al mundo.
Sus niños crecieron fuertes y sanos, aprendiendo a correr y a reír.
El chico descubrió, poniendo una piedra sobre otra, cómo podía hacerse un refugio.
Y muy pronto, todos comenzaron a construirlos.
Ciudades y pueblos surgieron en la tierra.
Y de nuevo los cantos volvieron a extenderse por el mundo.
Volvieron a verse trovadores y juglares,
sastres y zapateros,
pintores y poetas
y soldados.
tenientes y capitanes,
generales y mariscales…
y los libertadores.
La gente escogió vivir aquí o allá.
Pero entonces, quienes vivían en el valle se arrepintieron de no haber escogido la montaña.
Y los que escogieron la montaña se apenaron por no vivir en el valle.
y los libertadores.
E, inmediatamente, el mundo estuvo de nuevo en guerra.
Esta vez la destrucción fue tan completa
que en el mundo nada sobrevivió.
Únicamente quedó un hombre
una mujer
y una solitaria flor.
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