La rueda de la vida

La psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004) fue la mayor de trillizas. Pese a que su padre nunca quiso que estudiara Medicina, su fuerte vocación resultó determinante para forjar una brillante carrera focalizada en la muerte como experiencia en la vida. De hecho, fue pionera en estudiar las emociones de las personas que saben que van a morir y en proponer cuidados paliativos.

Textos recopilados y presentados por Laura Torres.

«Cuando hemos aprobado los exámenes de lo que hemos venido a aprender en la Tierra, se nos permite graduamos. Se nos permite desprendemos del cuerpo, que aprisiona nuestro alma como el capullo envuelve a la futura mariposa, y cuando llega el momento oportuno podemos abandonarlo. Entonces estaremos libres de dolores, de temores y de preocupaciones, tan libres como una hermosa mariposa que vuelve a su casa, a Dios, que es un lugar donde jamás estamos solos, donde continuamos creciendo espiritualmente, cantando y bailando, donde estamos con nuestros seres queridos y rodeados por un amor que es imposible imaginar.»

Fragmento de una carta enviada por Elisabeth Kübler-Ross a un niño enfermo de cáncer con la que inicia uno de sus libros.

Autoridad mundial en este campo, sus propuestas para que se afronte la muerte con serenidad, e incluso con alegría, darían la vuelta al mundo y hoy son todavía un modelo en hospitales y centros de atención para las personas mayores.

En sus libros comparte las observaciones que pudo realizar al acompañar a enfermos terminales. Estudió en profundidad el proceso del duelo y se aproximó también a los casos terminales por el virus del SIDA. Gracias a su trabajo, muchas personas han mejorado su calidad de vida en sus últimos momentos vitales, y sus familiares y personas del entorno han aprendido cómo apoyar al enfermo y gestionar el dolor por su pérdida.

Las conclusiones de sus investigaciones han dado como fruto casi una veintena de obras. En castellano, se han publicado algunos de sus libros, como La muerte, un amanecer,  La rueda de la vida o Lecciones de vida.

En los últimos años de su vida, y ya con problemas de salud, dedicaba tiempo para la meditación. «Supongo que es apropiado que, después de haber asistido a tantos moribundos, disponga de tiempo para reflexionar sobre la muerte, ahora que la que tengo delante es la mía.»

La doctora Elisabeth Kübler-Ross tuvo dos hijos, desarrolló sus investigaciones en Estados Unidos y por ellas recibió hasta 23 doctorados honoríficos y multitud de reconocimientos.

Es una autora necesaria, profunda, estimulante. Su lectura aporta consuelo en procesos de duelo o la hora de encarar la muerte propia o la de un ser amado. Más allá de ello, sus escritos, al girar en torno a la cuestión de la muerte, la pérdida o el duelo propician reflexiones sobre la vida, la consciencia, el ahora, los valores que nos unen.

Lo que cura de verdad

Según la idea de sus padres, Elisabeth Kübler-Ross tenía que haber sido una simpática y devota ama de casa en su Suiza natal. Pero acabó siendo una singular psiquiatra, que afirmaba comunicarse con espíritus angelicales de un mundo mucho más acogedor, amable y perfecto que el nuestro. Mientras la medicina moderna se ha convertido en una especie de comodín que ofrece una vida sin dolor a los enfermos crónicos y terminales, según ella lo único que cura de verdad es el amor incondicional.
Después de ayudar a miles de pacientes moribundos y de viajar unos 200.000 kilómetros cada año para dirigir seminarios con los que ayudar a las personas a hacer frente a los aspectos más dolorosos de la vida, la muerte y la transición entre ambas, decidió comprar una granja de 120 hectáreas en el estado de Virginia, donde construyó su propio centro de curación.

En 1985, tras anunciar su intención de adoptar a bebés infectados por el sida se convirtió en la persona más despreciada de la zona. Un grupo de hombres estuvo haciendo todo lo posible, excepto matarla, para obligarla a marchar. Disparaban hacia las ventanas de su casa y mataban a tiros a sus animales. Le enviaban mensajes amenazadores que convirtieron su vida en aquel precioso paraje desagradable y peligrosa. Pero aquél era su hogar, y obstinadamente se negó a hacer las maletas.

Así vivió durante casi diez años. La granja era el sueño de su vida y para hacerla realidad había invertido en ella todo el dinero ganado con los libros y las conferencias. Construyó la casa, una cabaña cercana y una casita más alejada para los invitados. En sus propias palabras:

Fuego purificador

«La vida sencilla de la granja lo era todo para mí. Nada me relajaba más después de un largo trayecto en avión que llegar a casa. El silencio de la noche era más sedante que un somnífero. Por la mañana me despertaba la sinfonía que componían vacas, caballos, pollos, cerdos, asnos, hablando cada uno en su lengua. Su bullicio era la forma de darme la bienvenida. Los campos se extendían hasta donde alcanzaba mi vista, brillantes con el rocío recién caído. Los viejos árboles me ofrecían su silenciosa sabiduría. Mi vida. Mi alma estaba allí.»

«Entonces, el 6 de octubre de 1994 me incendiaron la casa. Se quemó toda entera, hasta el suelo, y fue una pérdida total. El fuego destruyó todos mis papeles. Todo lo que poseía se transformó en cenizas. Cuando estaba en el aeropuerto de Baltimore a punto de coger un avión para regresar me enteré de que mi casa estaba en llamas. El amigo que me lo dijo me suplicó que no fuera allí todavía. Pero toda mi vida me habían dicho que no estudiara medicina, que no hablara con pacientes terminales, que no creara un hospital para enfermos de sida en la cárcel, pero cada vez, obstinadamente, había hecho lo que me parecía correcto y no lo que se esperaba que hiciera. Esta vez no sería diferente.»

«El viaje en avión fue rápido. Muy pronto ya estaba en el asiento de atrás del coche de un amigo que conducía a toda velocidad por los oscuros caminos rurales. Desde varios kilómetros de distancia pude distinguir nubes de humo y lenguas de fuego que se perfilaban contra un cielo totalmente negro. Era evidente que se trataba de un gran incendio. Cuando llegué, la escena era digna del infierno. Debido al intenso calor los bomberos no pudieron acercarse a la casa hasta la mañana siguiente.»

Conmoción

«Esa primera noche busqué refugio en la casita habilitada para acoger a los invitados. Me preparé una taza de café, encendí un cigarrillo y me puse a pensar en la tremenda pérdida que representaban los objetos carbonizados en aquel horno ardiente que en otro tiempo fuera mi casa. Era algo aniquilador, pasmoso, incomprensible.»

«Entre lo que había perdido estaban los diarios que llevaba mi padre desde que era niña, mis papeles y diarios personales, unos 20.000 historiales de casos relativos a mis estudios sobre la vida después de la muerte, mi colección de objetos de arte de los indios norteamericanos, fotografías, ropas, todo.»

«Durante 24 horas permanecí en un estado de conmoción. No sabía cómo reaccionar, si llorar, gritar, levantar los puños contra Dios, o simplemente quedarme con la boca abierta ante la férrea intromisión del destino.»

La adversidad sólo nos hace más fuertes
«Siempre me preguntan cómo es la muerte. Contesto que es maravillosa. Es lo más fácil que vamos a hacer jamás. La vida es ardua. La vida es una lucha. La vida es como ir a una escuela; recibimos muchas lecciones. Cuando más aprendemos, más difíciles se ponen las lecciones. Yo estaba ilesa, mis dos hijos estaban vivos. Unos estúpidos habían logrado quemarme la casa y todo lo que había dentro, pero no podían destruirme a mí.»

«Cuando se aprende la lección, el dolor desaparece. Esta vida mía ha sido muchas cosas, pero jamás fácil. Esto es una realidad, no una queja. He aprendido que no hay dicha sin contratiempos. No hay placer sin dolor. ¿Conoceríamos el goce de la paz sin la guerra? Si no fuera por el sida, ¿nos daríamos cuenta de que el mundo está en peligro? Si no fuera por la muerte, ¿valoraríamos la vida? Si no fuera por el odio, ¿sabríamos que el objetivo último es el amor?»

«En esos momentos uno puede quedarse en la negatividad y buscar a quién culpar, o puede elegir sanar y continuar amando. Puesto que creo que la única finalidad de la existencia es madurar, no me costó escoger la alternativa. Así pues, a los pocos días del incendio fui a la ciudad, me compré una muda de ropa y me preparé para afrontar cualquier cosa que pudiera ocurrir a continuación.»

Comentarios sobre las 5 fases del duelo

Antes de escribir su primer libro, On death and dying (Sobre la muerte y los moribundos, en su versión castellana) tenía innumerables historias de casos amontonados en la cabeza. Y recordó claramente que todos sus pacientes moribundos, en realidad todas las personas que sufren una pérdida importante, pasan por cinco fases similares.

Comienzan con un estado de fuerte conmoción y negación, luego indignación y rabia, y después aflicción y dolor. Más adelante regatean con Dios; se deprimen preguntándose «¿Por qué yo?». Y finalmente se retiran dentro de sí mismos durante un tiempo, aislándose de los demás mientras llegan, en el mejor de los casos, a una fase de paz y aceptación.

«Vi con claridad que, cuando ya no es posible continuar negándolo, la actitud es reemplazada por la rabia. La persona no se pregunta: “¿Por qué yo?” sino “¿Por qué no él o ella?”. Esta fase es particularmente difícil para los familiares, médicos, enfermeras, amigos, etc. La rabia del paciente sale disparada como perdigones, y golpea a todo el mundo.»

«Si se les permite expresar la rabia sin sentimientos de culpabilidad o vergüenza, pasan por la fase de regateo: “Dios mío, deja vivir a mi esposa lo suficiente para que vea a esta hija entrar en el parvulario”; después añaden otra súplica: “Espera hasta que haya terminado el colegio, así tendrá edad suficiente para soportar la muerte de su madre”. Muy pronto advertí que las promesas hechas a Dios no se cumplían jamás. Simplemente regateaban elevando cada vez más la apuesta.

Pero el tiempo que pasa el paciente regateando es beneficioso para la persona que lo atiende. Aunque está furioso, ya no está tan consumido por la hostilidad hasta el punto de no oír. Hay que aprovechar ese momento para ayudarle a cerrar cualquier asunto pendiente que tenga. Hay que entrar en su habitación, hacerle enfrentar viejas pendencias, añadir leña al fuego, permitirle exteriorizar su furia para que se libre de ella, y entonces los viejos odios se transforman en amor y comprensión.

En algún momento los enfermos se van a sentir muy deprimidos por los cambios que están experimentando. Eso es natural. ¿Quién no se sentiría así? Una mujer se amarga porque la pérdida de un pecho la hace menos mujer. Cuando este tipo de preocupaciones se expresan y se tratan con sinceridad, los pacientes reaccionan maravillosamente.

El tipo de depresión más difícil viene cuando el enfermo comprende que lo va a perder todo y a todas las personas que ama. Es una especie de depresión silenciosa; ese estado no tiene ningún lado luminoso. Tampoco hay ninguna palabra tranquilizadora que se pueda decir para aliviar ese estado mental en que se renuncia al pasado y se trata de imaginar el inimaginable futuro. La mejor ayuda es permitirle sentir su aflicción, decir una oración, simplemente tocarlo con cariño o sentarse a su lado en silencio.

Si a los enfermos terminales se les da una oportunidad de expresar su rabia, llorar y lamentarse, concluir sus asuntos pendientes, hablar de sus temores, pasar por estas fases, llegan a la última fase, la aceptación. No van a sentirse felices, pero tampoco deprimidos o furiosos.

Es un período de resignación silenciosa y meditativa, de expectación apacible. Desaparece la lucha anterior para dar paso a la necesidad de dormir mucho, lo que yo llamo «el último descanso antes del largo viaje».

Bailar por la galaxia

Elisabeth Kübler-Ross asegura que bailará por la galaxia después de su muerte. Pero no puede describir lo que se encontrará: «es algo que ningún ser humano puede imaginarse». Sin embargo está convencida de que en la muerte no hay dolor, miedo, ansiedad, ni pena. Sólo se siente dicha y serenidad.

«La muerte es sólo una transición de esta vida a otra existencia en la cual ya no hay dolor ni angustia. Conocí a una mujer a la que dieron por muerta después de un accidente de coche y dijo que había vuelto después de haber visto a su marido. Los pacientes no sólo decían que las experiencias de “casi muerte” no eran dolorosas, sino que explicaban que no querían volver aquí. Después de ser recibidos por seres queridos o por guías, viajaban a un lugar donde había tanto amor y consuelo que no deseaban volver. Allí tenían que convencerlos de que regresaran. “No es el momento”, oían casi todos».

Las edades humanas

El ratón (infancia)
Al ratón le gusta meterse por todas partes, es animado y juguetón, y siempre va delante de los demás.

El oso (primeros años, edad madura)
El oso es muy comodón y le encanta hibernar. Al recordar su mocedad, se ríe de las correrías del ratón.

El búfalo (edad madura, últimos años)
Al búfalo le gusta recorrer las praderas. Confortablemente instalado, repasa su vida y anhela desprenderse de su pesada carga para convertirse en águila.

El águila (años finales)
Al águila le entusiasma sobrevolar el mundo desde las alturas, no a fin de contemplar con desprecio a la gente, sino para animarla a que mire a lo alto.

Las 5 fases del duelo

Es uno de los modelos psicológicos más célebres en todo el mundo. Estos cinco estadios tienen lugar en mayor o menor grado siempre que sufrimos una pérdida. ¿Qué es el duelo según la psicología y en qué consisten las etapas que conforman este proceso, sea por muerte o por otras causas?

En 1969, en el ya mencionada Sobre la muerte y el morir», Kübler-Ross describió por primera vez las cinco fases del duelo. Para ello se basó en su trabajo con pacientes terminales en la Universidad de Chicago. Esas cinco etapas tienen lugar de forma sucesiva; no obstante, años después insistió en que el proceso de duelo no es tan lineal y rígido.

En primer lugar pasamos por la fase de negación y después por la de ira, la de negociación, la de depresión y, finalmente, la de aceptación de la pérdida.

1. Negación. La negación de la pérdida es una reacción que se produce de forma habitual inmediatamente después, con frecuencia aparejada a un estado de shock o embotamiento emocional e incluso cognitivo.

2. Ira. El fin de la negación va asociado a sentimientos de frustración y de impotencia sobre la propia capacidad de modificar las consecuencias de la pérdida. Dicha frustración conlleva a su vez la aparición de enfado y de ira.

3. Negociación. En esta fase la persona guarda la esperanza de que nada cambie y de que puede influir de algún modo en la situación. Un ejemplo típico son los pacientes a quienes se les diagnostica una enfermedad terminal e intentan explorar opciones de tratamiento, a pesar de saber que no existe cura.

4. Depresión. En este periodo la persona empieza a asumir de forma definitiva la realidad de la pérdida que genera sentimientos de tristeza y de desesperanza junto con otros síntomas típicos de los estados depresivos, como el aislamiento social o la falta de motivación.

5. Aceptación. Esta fase se relaciona con la inevitabilidad de la pérdida, y por tanto del proceso de duelo. Si el duelo se debe a una enfermedad terminal suelen darse reflexiones sobre la propia vida, vista en retrospectiva una vez se acerca el final. Con la aceptación de la pérdida llega un estado de calma asociado a la comprensión de la muerte y otras pérdidas como fenómenos naturales en la vida humana.

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