La dieta en el autismo

¿Si no cura, por qué hace “milagros”?

Hay muchas personas que se escandalizan cuando oyen hablar de hacerle dieta a un niño con autismo, porque confunden la dieta con un régimen para perder peso.

Otras se escandalizan porque creen que los padres que dan testimonios de las increíbles mejorías de sus hijos con autismo tras una dieta, hablan de que el autismo tiene cura o que se ha curado con una dieta.

Nada más lejos de la realidad: ni la dieta para autismo es un régimen, ni cura a los niños. ¿Cómo se explican entonces esas mejorías casi “milagrosas” obtenidas por los hijos de padres que así lo testimonian?

La dieta que seguimos

Antes que nada, es importante entender que cualquier dieta no tiene por qué tener impacto alguno sobre el niño autista. Concretamente la dieta que aplicamos en nuestro centro como parte del Método Katia Dolle® es compleja, requiere de analíticas en unos laboratorios especializados específicos y los padres tardan una media de un año en llegar a dominarla bajo la dirección de nuestra nutricionista experta en TEA. Con esta dieta perseguimos un objetivo, que es reducir la inflamación y permeabilidad intestinal, así como la liberación de citocinas al torrente sanguíneo.

La gran mayoría de niños autistas presenta reacciones inflamatorias contra una media de entre 50 y 90 alimentos comunes, incluidas frutas y verduras. Esto está fuera de toda normalidad. Hace años, al empezar a trabajar con el Método, cuando el laboratorio con el que se hacen los estudios recibía los resultados analíticos de los niños que se atendían en nuestro centro, nos llamaban los doctores alarmados para saber qué les sucedía a estos niños. Ellos pensaban que tenían la enfermedad de Crohn o que habían recibido una sobredosis de corticoides por la cantidad de reacciones inmunológicas que se llegaban a determinar en cada caso, en los que a veces no había ni un solo alimento que el organismo no rechazara. Nosotros les decíamos que estaban bien, solo que eran autistas.

Caos en el sistema inmunitario

El intestino de estos niños es tan extremadamente poroso y permeable y su sistema inmune tan caótico, que la inmunotoxicidad que produce una alimentación en principio normal acaba traspasando la barrera hematoencefálica protectora del cerebro. Estos procesos pueden desencadenar la producción de más citocinas por parte de las células de la microglia o los astrocitos del cerebro y alterar los mecanismos normales del sistema nervioso central.

Lograr aplicar los cambios dietéticos oportunos para dejar de provocar estas reacciones, manteniendo una alimentación individualizada saludable con la ayuda de un nutricionista experto, es lo que genera una caída y reducción de citocinas inflamatorias. Paralelamente la barrera protectora del cerebro recupera su funcionalidad, y así dejan de entrar tóxicos en el cerebro. Es entonces cuando sucede el milagro: el niño se conecta, algunos empiezan a hablar, a mirar a los ojos, a sociabilizar y a estar más presentes. De esta manera la condición mejora en su severidad, en algunos casos de forma drástica.

Esto es fácil de entender si lo comparamos por ejemplo con un hipertenso al que, cuando se le quita la sal, su tensión mejorará, pero él seguirá siendo hipertenso. O podemos pensar en un diabético al que, cuando se le reduce el consumo de pasteles, sus índices de glicemia mejorarán, pero seguirá siendo diabético. Aquí la cuestión es: ¿Quién quiere cebar a un diabético con dulces, a sabiendas de que puede quedarse ciego o tener incluso gangrena? ¿Quién quiere darle de comer a un niño autista cualquier cosa, incluso sana y bio, sabiendo que puede estar dañando su salud y agravando su condición?

Un libro con abundante información

Esto y mucho más lo explicamos en nuestro nuevo libro “La batalla de Nacho para salir del autismo con el Método Katia Dolle®”, la historia real de un niño autista de 11 años que le dio un giro a su vida. Sumido en un autismo moderado, Nacho tenía fijación por la comida, vivía por y para comer, y comía justamente todo lo que a él le dañaba. Robaba comida e incluso sacaba comida de la basura, o se daba atracones interminables. Sin embargo, por mucho que comiera seguía desnutrido, desvitalizado y su ansiedad no cedía.

Esa ansiedad por comer la generaba un estado de adicción que se producía por la digestión incompleta de dos proteínas muy conocidas: la caseína y el gluten.

La caseína es la principal proteína láctea, y el gluten está en multitud de cereales. Hoy en día son la base de la “alimentación de supermercado”. Encontramos caseína y gluten hasta en la sopa, literalmente. La digestión incompleta de estas proteínas hace que se produzca caseomorfina y gluteomorfina, sustancias que penetran en el cerebro y son altamente adictivas debido a que llegan hasta los receptores opioides de las neuronas. Si usted no había oído hablar nunca de un gluteinómano, ahora ya lo sabe: existen.

Así llamamos cariñosamente a nuestros niños con TEA u otros trastornos, cuya adicción a ciertos alimentos tiene efectos parecidos en el cerebro y en la conducta a la adicción generada por el consumo de opio. Esta situación explicaba los atracones de Nacho que podían durar varias horas si nadie le frenaba.

La familia de Nacho explica su historia dando testimonio de su heroica batalla para salir del autismo, y cómo lo lograron ganando tanto en salud como en calidad de vida. Una historia conmovedora que revela todo lo que queda oculto a los ojos no entrenados cuando uno mira a un niño autista, como por ejemplo la permeabilidad intestinal, las intolerancias alimentarias, la disbiosis y un largo etcétera de alteraciones que empeoran los síntomas y signos de la condición.

Batallar por una mayor calidad de vida, empezando con una dieta antiinflamatoria, solo requiere remangarse e ir a por ello, siempre acompañado de manos expertas, para conseguir llegar a buen puerto, y quien sabe si lograr un “milagrito”. Mejorar la salud de las personas que sufren autismo es ver más allá y no quedarse con una triste etiqueta. Como dice Nacho a menudo “¡Sí se puede!”.

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