Jóvenes y confinamiento: una cárcel sin muros

Los adolescentes sufren los efectos de los meses de pandemia.

Al inicio de la pandemia, los jóvenes fueron los grandes olvidados. El alivio que provocaba saber que apenas tenían la enfermedad y que si se contagiaban tenían sólo leves síntomas, llevó a que se hiciera hincapié en que cumplieran las normas de aislamiento para proteger a los demás y apenas se les hizo caso.

Textos: Redacción de Integral.

Los adolescentes eran casi invisibles al inicio de la pandemia. Nadie se preocupó de cómo atender sus necesidades específicas y no se tuvo mucho en cuenta que el confinamiento, al alejarlos de los amigos, suspender las clases presenciales en las universidades o ciclos superiores y de los últimos años de instituto, les imponía una limitación a las relaciones que son de vital importancia en esta etapa de la vida.

Ni invulnerables, ni culpables

La información sobre los jóvenes generada durante la pandemia, cuando se ha empezado a hablar de ellos, ha sido controvertida o confusa: unas veces los ha dejado de lado y, en el peor de los casos, los ha estigmatizado al presentarlos como problemáticos por sus conductas de riesgo. Es cierto que estos últimos meses hemos tenido noticia de varios acontecimientos llevados a cabo por jóvenes como botellones, raves, fiestas en parques más o menos masivas en un estallido de rebeldía por tantos meses de confinamiento. Reuniones que se llevaban a cabo sin ninguna de las medidas de protección, desafiándolas y despreciand casi el peligro. Pero esto son las excepciones, no la regla.

En cualquier caso, tampoco debería extrañarnos tanto que esto suceda, pues hasta cierto punto no es casual que un adolescente trate de saltarse las normas y más cuando llevan varios meses confinados. Los largos días de encierro y las posteriores restricciones en el ocio habitual han supuesto una sobrecarga emocional para la mayoría de los jóvenes. Más tarde o más temprano, han empezado a buscar espacios de distracción y la sensación de compensar o resarcirse del tiempo perdido.

Más graves que las transgresiones, son los datos que muestran que a un año del comienzo de la pandemia, los servicios de salud mental para niños y adolescentes se han visto desbordados en todas las comunidades. Servicios saturados por la demanda de atención debido a cuadros de ansiedad, depresión, autolesiones, consumo de substancias o trastornos de la alimentación. Y realmente estas noticias, siendo más importantes, no despiertan el revuelo de un botellón.

¿Cómo han vivido los jóvenes el confinamiento?

Durante la adolescencia se construyen las redes sociales y la importancia de los iguales en la vida es crucial. Compartir, compartir, compartir. Sentirse parte del grupo, disfrutar de las aficiones comunes, hablar horas y horas, vagar por la ciudad sin rumbo pero siendo parte de un grupo. Esto ha quedado truncado con el confinamiento y con las medidas restrictivas que todavía perduran. Si a esto añadimos que las clases presenciales son prácticamente nulas, las posibilidades de socialización se han visto restringidas de forma brutal.

Y no sólo para la socialización. Las clases presenciales son imprescindibles para transmitir la pasión del aprendizaje, la ilusión por el conocimiento y sobre todo en la universidad, para empezar a desarrollar planes de futuro. Si bien las pantallas han permitido continuar con los aprendizajes, las nuevas tecnologías no constituyen un substituto del profesor sino un complemento.

En realidad no se ha preparado a las familias para saber cómo ayudar a los jóvenes de la casa a pasar este tiempo sin el contacto directo con los compañeros de clase, los amigos, las actividades deportivas extraescolares o las aficiones habituales. No se ha pensado que también han tenido miedo a contagiar a las personas queridas, a que sucediera algo a sus familiares, a no saber qué pasaría en un futuro en una época en que el futuro es el día a día. Las ilusiones truncadas después de aprobar la selectividad, el fin de una carrera, la búsqueda del primer empleo, en nada de eso se pudo pensar. No es un reproche; es, sencillamente, la situación de urgencia que se vivió desde el principio, que llevó a priorizar la atención a los más vulnerables, pero ahora, transcurridos los meses, hay que pensar en cómo reparar el daño que estas limitaciones pueden haber causado a esta generación. ¿Tan importante es el contacto con los demás en los jóvenes?

Una pregunta con muchas respuestas

El Dr. Javier Quintero, autor de El cerebro adolescente (Shackleton Books, 2020) lo tiene claro: «en la adolescencia la referencia con el grupo es un punto clave, probablemente en ningún otro momento de la vida, tengan tanta importancia los amigos como en esta etapa. Durante todos estos meses solo han podido encontrarse con sus amigos tras las pantallas, y ahora ven esa necesidad de contacto. Hay una lectura positiva, en que vuelvan a poner en valor la importancia de los contactos reales con los demás, ya que antes y sobre todo durante el confinamiento, el abuso de las pantallas por parte de los adolescentes está siendo preocupante. No obstante tienen que ganar en responsabilidad, en la comprensión de la situación y en la aceptación de los límites y que no, aún no pueden volver a hacer sus fiestas y reuniones multitudinarias. Por definición el adolescente adolece de la capacidad de valorar adecuadamente los riesgos de sus comportamientos, por eso el entorno y particularmente los padres, juegan un papel importante en este punto.»

En el caso de la pandemia, que provoca esta sensación de que esto no acabará nunca, hace que se produzca lo que se viene a llamar fatiga pandémica  y una cierta actitud depresiva. En los jóvenes la relación con el paso del tiempo es extrema. Pueden pasas horas inertes en el sofá y de repente creer que se les acaba la vida y no parar de hacer cosas. De la indolencia a la hiperactividad… pero cuando esto se junta con la incertidumbre de hasta cuando no van a poder hacer sus cosas con los amigos, y con la falta de contención que pueden suponer los estudios presenciales o los trabajos que escasean, el sentimiento de desazón puede dar lugar a situaciones de mucho miedo y aislamiento, o por el contrario a reacciones de rebeldía y a saltarse las normas de protección con riesgo no solo para ellos, sino para los adultos que con ellos conviven.

Por otro lado no podemos perder de vista que no en todas las casas se dan las condiciones óptimas para una buena salud mental. Precariedad económica, hacinamiento, problemas de salud mental más o menos compensados por la relación con los amigos, por la escuela o el trabajo, han aflorado con fuerza y esto explicaría el aumento de la demanda de asistencia psicológica entre adolescentes. Como hemos dicho, el consumo de sustancias, las autolesiones, la adicción a las pantallas, los estados depresivos o los trastornos alimentarios son solo las puntas del iceberg que afloran por el estrés familiar y social que provoca la situación de pandemia, tanto a nivel relacional como a nivel económico.

El adolescente quiere futuro

Esta situación de malestar en las casas, las noticias repetitivas sobre enfermedad y muerte, sobre desastres económicos, sobre riesgos y culpas, no dejan mucho lugar para imaginar un futuro que guíe los pasos de los más jóvenes. Sin ilusiones, sin expectativas, sin poder hacer planes ni a corto ni a largo plazo, junto con dificultar para conectar con sus amistades, es realmente una combinación explosiva para los casos en que ya había una cierto riesgo de problemas psíquicos. A veces es el adolescente el que da la primera señal de alarma de que algo anda mal en la familia, es el grano que estalla, es la voz que grita basta. Detrás de las consultas de los jóvenes, suelen encontrarse situaciones familiares muy difíciles.

Sin llegar a los casos extremos, no podemos dejar de ver los movimientos rebeldes de los jóvenes como una demanda de libertad, como una necesidad de ser escuchados y tomados en serio, una necesidad de relación en el ser humano es eso, una necesidad, y durante los años en que se conforma la personalidad rebelarse forma parte de encontrar el propio camino. Las autoridades y las familias harán bien en tomar nota sobre cómo reconocer las necesidades de los jóvenes y cómo transmitir la necesidad de contención y de responsabilidad para que las salidas no sean de riesgo.

Algunos consejos para ayudar a los jóvenes de la casa

  • Participar. Las normas necesitan mano izquierda. Los adolescentes y jóvenes no acatarán las normas sólo porque se lo digamos los adultos o los medios de comunicación. El pensamiento adolescente necesita sentir que participa en lo que se le propone. Hay que valorarlos y escuchar su opinión, que participen en el debate sobre lo que está sucediendo, así respetarán las necesidades de los demás y cuidarán también de las propias.
  • Espacios reales. Aunque parezca una banalidad, educar en el tiempo libre es educar para la vida. En casa debe mostrarse interés en que el tiempo libre sea de calidad para los jóvenes. Donde no llega la familia, los espacios sociales tienen ofertas de interés dedicadas a todas las edades. Bibliotecas, grupos excursionistas, gimnasios, centros cívicos, son alternativas que podemos ofrecer para un ocio seguro y de calidad, donde profesionales especializados pueden proporcionar retos que estimulen el desarrollo de las capacidades.
  • Experiencia. Otra obviedad sería no centrarnos como adultos en lo que no nos gusta de las conductas de los jóvenes. Verlos sólo como un problema, no hace otra cosa que favorecer que se cumpla la profecía y la relación con los jóvenes de casa sea problemática. Pensemos en nuestra juventud y recordemos los ideales que teníamos, la energía, las ganas de comernos el mundo, de vivir, de experimental. Recordemos también los malos momentos de vergüenza, el primer desastre amoroso, la pelea con la mejor amiga, el malestar por la incomprensión de nuestros padres… ¿queremos lo mismo para nuestros hijos?¿los vamos a dejar solos?
  • Somos importantes. No olvidar que aunque no lo verbalicen casi nunca y que protesten por cualquier cosa que les digamos, los hijos nos quieren mucho. Necesitan hacer su vida, irse, pero no olvidemos que aún y así somos muy importantes para ellos. Necesitan saber que estaremos cuando vuelvan y les debemos decir que los queremos y hacerles notar que sabemos que ellos también nos quieren.
  • La pesadez del momento. Respecto a la situación actual, les ayudaremos si nos interesamos por qué harán hoy, o el fin de semana, a corto plazo. Comunicar o no es siempre un asunto muy delicado y personal, pero también es importante recordarles que un día esto terminará y que estarán mejor.
  • Vida activa. Planifica con ellos actividades o anímalos a planificar algún encuentro con sus amistades dentro de las posibilidades actuales o para cuando las restricciones acaben. Es una forma de invitarlos a imaginar momentos agradables en el futuro en que recuperarán la libertad para estar con los amigos.
  • Esperanza con sentido. Todos necesitamos tener un objetivo en la vida, a corto o a largo plazo. Si les ayudamos a buscar el suyo, les estaremos ayudando a tener esperanza y que encuentren sentido en el momento actual.
  • Compañía y espacio propio. Veamos la obligación de estar más junto a ellos como una oportunidad para disfrutar de su compañía, de afianzar las relaciones, de crear espacios de confianza. Dentro de pocos meses es probable que todo vuelva a la normalidad y volverán a marchar de casa a explorar el mundo con los amigos: no lamentemos habernos perdido la ocasión de conocer mejor a nuestros hijos.
  • El entusiasmo del parchís. Motivar a cualquier persona requiere de la emoción, pero no cualquier emoción. Sin entusiasmo no hay manera de que alguien se interese por algo. Regañar, afear la conducta, dar órdenes, no resultan estímulos muy eficaces para despertar el interés en ninguna actividad ni en ninguna relación. ¿Qué tal elegir juntos una película o una serie para ver en familia?¿Y el parchís? ¿Alguien se acuerda del parchís? Son grandes ocasiones para despertar intereses, explicar historias familiares, reír juntos o discutir sobre personajes o noticias motiva, despierta la curiosidad y sobre todo, refuerza los lazos afectivos y la confianza en los adultos, y también la curiosidad por ellos.
  • Familia. Y en general, es bueno tener en cuenta que debemos prepararlos, cuando se pueda, avisándoles de las situaciones de cambios, de pérdidas, de proyectos grandes y pequeños de la familia o de ellos mismos. Parece sencillo, pero es muy importante para su bienestar emocional.
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