¿Cómo está tu memoria?

El cerebro, diseñado para nuestra supervivencia, tiene sus mecanismos para decidir qué retiene y cuándo recuperarlo. Pero algunas estrategias ayudan a mantener ágiles las conexiones neuronales.

Gracias a los avances en neurociencias ahora sabemos mucho más sobre la memoria. Tanto, que se nos ha olvidado entrenarla… Hoy la memoria de los niños es Google, lo que produce unos jóvenes muy poco diestros en memoria, que no
compensan con más ingenio.

Vamos a repasar ahora la memoria desde un punto de vista más clásico, y en la próxima entrega veremos los hallazgos descubiertos por los neurocientíficos.

UN RASGO DE LOS HUMANOS

La memoria es una de las funciones intelectuales que más apreciamos, junto con el lenguaje o la capacidad de decisión. Nos confiere un pasado y una identidad. De ella —y también del olvido— depende que podamos progresar y sobrevivir. Solemos quejarnos de que tenemos mala memoria, de que olvidamos cosas. Y, sin embargo, hacemos poco para estimularla y conservarla en buen estado. Quizá vamos al gimnasio para mantenernos en forma, queremos llegar a la vejez gozando de salud, pero no pensamos que la memoria también requiere de tiempo y dedicación.

Es más, desconocemos incluso cómo funciona. Por ejemplo, ¿no resulta sorprendente poder recordar el nombre de los compañeros de escuela al ver una foto de la infancia y, en cambio, no ser capaces de acordarse de qué se cenó hace dos noches o dónde se han puesto las llaves del coche?

Tres clases de memoria. Poseemos tres clases de memoria. La memoria a corto plazo nos permite retener un número de teléfono o una dirección unos instantes , el tiempo necesario para usarla , y luego se desvanece. La memoria sensorial procede de la información que envían los sentidos y que apoya al sistema cognitivo, se asegura de que le llegan los estímulos necesarios para que los procese. Por último está la memoria a largo plazo, que se compone de aquella información que el hipocampo decide almacenar: datos sobre hechos, personas, lugares, momentos, acontecimientos: cómo montar en bici, o usar los cubiertos, qué pasó aquel día, etc.

CAJÓN DE SASTRE

La mayoría de cosas que vivimos no quedan registradas en las neuronas y las perdemos para siempre, sin tan siquiera ser conscientes de ello. Y aunque suele compararse con el «disco duro» de un ordenador, lo cierto es nuestra «memoria de pantalla» poco tiene que ver con él.

Nuestra memoria funciona como un gran cofre en el que vamos depositando recuerdos sin ningún orden determinado. Las neuronas captan la información, pero no la clasifican para que luego sea más fácil recuperarla. Es un poco un cajón de sastre.

«El recuerdo de una experiencia concreta se compone de fragmentos de información que se guardan en lugares distintos del cerebro. Y cuando recordamos, lo que sucede es que esos pedacitos de información vuelven a unirse desde las diferentes parte del cerebro», explica Daniel Schacter, especialista en memoria y neuropsicología y autor de Los siete pecados de la memoria.

Hipocampo. En todo ese proceso de adquisición de la información y archivado, el hipocampo desempeña un papel fundamental. Se trata de una región con forma de caballito de mar situada en el corazón del sistema límbico, el llamado cerebro emocional o social. Procesa la información que le llega de las neuronas y actúa como una especie de director, que determina lo que se almacena y lo que no.

Córtex. Luego, aquello que considera valioso y que vale la pena guardar lo distribuye por el córtex cerebral. De manera que los recuerdos se diseminan, se mezclan, se apelotonan. Es un gran embrollo, por lo que el cerebro necesita pistas para volver a acceder al conocimiento.

Esas pistas son los contextos en que se produjo el recuerdo. Funcionan como ganchos con los que pescar los diferentes retazos de memoria del córtex auditivo, del visual, del olfativo, del sensorial, para luego apedazarlos y evocar el recuerdo. Por eso, nos acordaremos mucho mejor de cómo se prepara el pastel de zanahoria y nueces si estamos en la cocina, que si tenemos que contarle la receta a alguien de memoria en un bar o en la oficina.

UN CEREBRO PRÁCTICO

Que la memoria funcione por contexto tiene sus ventajas. Tal y como ocurre con el buscador Google, por ejemplo, prioriza recuerdos y recupera antes los que más se usan. Pero, a veces, también comporta problemas, como cuando experimentamos dos situaciones similares. Entonces, la memoria tiende a equivocarse, como si no supiera muy bien cuál de los dos recuerdos es el que tiene que evocar. Por ejemplo, si cada día aparcamos el coche al llegar a casa en un sitio distinto, nos llevará seguramente más tiempo pensar dónde está que si siempre lo dejamos en el mismo lugar.

La memoria también tiende a recordar mejor las tendencias generales que los datos concretos. Por eso nos cuesta memorizar una fecha o un teléfono. Tenemos un cerebro diseñado para buscar patrones, básico para la supervivencia, pero no para guardar detalles.

EMOCIONES PARA FIJAR LA MEMORIA

Los avances neurocientíficos están demostrado que existe una estrecha relación entre los sentidos, la memoria y la cognición. De hecho, cognición, recuerdo y emoción se generan físicamente en el mismo lugar, el hipocampo, pero ahora se sabe que también todo el organismo influye en el cerebro.

Roger Schank, uno de los mayores expertos en el mundo de teoría del aprendizaje, defiende que solo aprendemos de verdad aquello que experimentamos, por lo que ha emprendido una verdadera cruzada contra el modelo educativo tradicional, basado en la memorización y en la repetición.

«Los recuerdos van ligados a las emociones, a las vivencias. La escuela es lo opuesto a la educación. Porque la educación llega a través de la experiencia en la vida. En lugar de enseñarte el nombre de los ríos, ¿por qué no hacer una excursión con los alumnos por España y visitar ciudades y aprender in situ? Puedes aprender de memoria un montón de datos sobre la ciudad, pero carecerán de sentido. En cambio, una vez has ido, toda la vida recordarás si por allí pasa o no un río, y cómo se llama. No se te olvidará», considera.

Las emociones funcionan como un potente fijador de recuerdos. Eso explica en parte por qué a medida que nos hacemos mayores nos volvemos más olvidadizos. Con la edad, el cerebro no procesa con tanta intensidad lo que ve y lo que oye, de manera que no guarda de forma tan vívida las experiencias.

De ahí que cueste más recordarlas y que nos resulte más fácil rememorar algo que nos ocurrió con quince años que hace dos semanas.

RECUERDOS «FABRICADOS»

Que las emociones estén implicadas en el proceso de grabación de memorias pone de manifiesto también que los recuerdos son maleables. Cada vez que recordamos algo, lo reescribimos; la memoria no es un fiel registro de las experiencias vividas. Por eso muchos psicólogos ponen en tela de juicio la validez de los testimonios en casos como asesinatos o violaciones.

Además de las emociones, que la información que nos rodea quede registrada depende también de la atención que prestemos. Centrarse en una cosa ayuda a nuestro cerebro a codificar la información, que luego, si no es trivial, se consolida. A nuestro consciente se le da francamente mal realizar varias tareas al mismo tiempo, por lo que dividir la atención puede ser garantía de error.

A PARTIR DE CIERTA EDAD

El cerebro madura durante las primeras dos décadas de vida. En este periodo, asimilamos nuevos conocimientos sin esfuerzo. No obstante, llegada una edad, como ocurre con otras partes del cuerpo, nos cuesta más fijar información en la memoria.

El cerebro también envejece y con los años disminuye su capacidad de procesamiento, aprendizaje y retención. Pero eso no quiere decir que se haya de aceptar con resignación el deterioro de la mente. Hoy se sabe que no nacemos con un número determinado de neuronas y que, a cierta edad, van muriendo, sino que en algunas zonas del cerebro —como el hipocampo, precisamente— se producen nuevas neuronas.

Trabajar la mente. Además, ahora se sabe que no es tan importante la cantidad de neuronas como las conexiones sinápticas entre ellas. Y estas si pueden renovarse, densificarse y ser estimuladas. Tenemos un cerebro plástico, capaz de modificarse para adaptarse a las circunstancias toda la vida. Y a pesar de la edad, se puede aprender. Pero para ello, debemos trabajar la mente. Como dijo el premio Nobel de medicina español Santiago Ramón y Cajal, «es como un músculo, si no se ejercita, se pierde».

PARA UNA BUENA MEMORIA

La mejor receta para mantener la memoria en excelente forma incluye: una buena alimentación, rica en ácidos grasos omega-3, que favorecen la plasticidad cerebral; practicar deporte con regularidad, como nadar, correr, caminar, montar en bici, porque los científicos ahora saben que está estrechamente relacionado con la salud de las neuronas.

Apartar el estrés y la ansiedad del día a día; ocho horas de sueño reparador, esenciales para archivar todos los datos recogidos durante la jornada; ejercitar la mente con pequeños retos y desafíos.

Y, sobre todo, no angustiarse si no se recuerda todo lo que se quisiera. Tenemos una mente sumamente perfecta e imperfecta a la vez. Y tener descuidos es también muy humano.

Con informaciones de Blanca Herp, Laura Torres y Cristina Sáez

Detrás de la percepción del tiempo

A medida que cumplimos años, tenemos la sensación de que el tiempo vuela. La memoria está detrás de esta percepción. Es en ella donde se genera la sensación subjetiva del tiempo. Valoramos el paso de los días a partir del número de recuerdos. En las épocas en que generamos muchos, como en la niñez o la adolescencia, trazamos un extenso mapa de las horas. Es más, esos recuerdos están cargados de más emoción, por lo que los recordamos más vívidamente. En cambio, en la edad adulta, cuando nos sumergimos en la rutina y la repetición, no creamos nuevas memorias, por lo que los días nos parecen iguales y más cortos que a los veinte años. Un buen antídoto es emocionarse y vivir la vida con pasión a cada instante.

Gimnasia diaria para la memoria

PEQUEÑOS DESAFÍOS. A menudo se piensa que hacer crucigramas y sudokus estimula la memoria. Pero en general las tareas repetitivas no ayudan a recordar. La rutina es el peor enemigo del cerebro. Es esencial hacerlo trabajar con pequeños desafíos a diario, como lavarse los dientes con la otra mano, preparar recetas de cocina complicadas o incluso aprender un nuevo idioma o a tocar un instrumento. Esto último, además, puede reforzar el contacto social, otra de las claves para mantener la cabeza en forma.

ALGUNOS TRUCOS. Para evitar que la memoria nos falle, se puede recurrir, por ejemplo, a elaborar listas. Otro buen recurso es fijarse en qué cosas nos confunden e intentar establecer asociaciones. Si cada día cuesta encontrar las llaves del coche, mejor dejarlas siempre en el mismo lugar. También se puede fragmentar la información para recordarla mejor y, en lugar de tratar de memorizar un número de teléfono entero, por ejemplo, hacer grupos de tres números.

O establecer asociaciones de imágenes mentales con aquello que se quiere memorizar. Cuesta menos recordar aquello que se puede imaginar.

REBAJAR EL ESTRÉS. El estrés perjudica a la memoria. Si bien es un mecanismo que nos hace estar alerta ante una situación determinada, cuando la tensión es continua, afecta negativamente a la memoria y la concentración. Si a eso se suma la multitud de tareas que nos ocupan a diario, como los hijos, el trabajo, el hogar, las preocupaciones, no es de extrañar que saturemos nuestra actividad cerebral, lo que es garantía segura de que se produzcan errores. Se pueden rebajar la ansiedad y el estrés practicando deporte, o mediante ejercicios de relajación, meditación o yoga.

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